Cuando se termina un año las personas tienden a planearse nuevas metas, sucesos que tal vez no ocurran pero que los harán reconfortarse en su existencia y así tener algún motivo para sentirse más vivos que el resto del mundo. Claramente soy alguna de esa masa enorme de personas que requieren nuevos respiros para sentirse mejor manteniéndose en pie frente a la furia de las personas que exigen a gritos que seas más fuerte y más hábil que el resto. Yo en específico no sería capaz de escoger unas metas, pero sí sería capaz de decir que este año es para lanzarse y sentir el miedo a lo desconocido.
Hablar de "metas" es algo inverosímil por que estas cambian a medida que avanzas en el tiempo, que hace que te encuentres con cosas que quieras cumplir y que abandones o que perduren. Tal vez quieras alejar personas, acercarlas de nuevo. Puede que quieras correr hacia algún objetivo, después que quieras parar y cambiar de caminos. Que sientas que aquel sujeto es el amor de tu vida, después quieras desear nunca haberlo o haberla conocido. Así que con ese tiempo cambiante ¿por qué fijarse metas? No creo que sea mejor decepcionarse por no haber cumplido las cosas que con tanto anhelo soñaste en todas esas "12 de la noche" de muchos fines de año anteriores. Y no, no es para sentirse perdedor porque eres una persona vacía que no tiene objetivos a corto o mediano plazo; es para sentir lo importante que es tirarte a ese abismo y sentir como el viento de la caída te lleva en diferentes direcciones, hasta que te encuentres con el misterioso fondo; cuyo contenido está dentro de ti.